Hanna estaba oficialmente preocupada. Desde la conversación que mantuvieron
la noche anterior, había estado obsesionada con la idea de tener sexo
con Jose Luis. Verlo esa mañana no había mejorado la situación. Todo lo
contrario, apenas había sido capaz de correr. No dejaba de imaginar todo
tipo de cosas. Cosas sexy. Peligrosas. Se le ocurrió que probablemente
llevaba años teniendo esos pensamientos sucios con Jose Luis, pero como no tenían sentido, los había reprimido. En
cuanto abrieron esa puerta, su imaginación se desbocó.
Y supuso que a Jose Luis le pasaba lo mismo. Sin duda pensaba que el sexo entre ellos sería educado y civilizado.
Cuando
estuvieron cerca del apartamento la gravedad del problema se tornó
evidente. Costaba ser sutil con los malditos pantalones cortos. Pero
cada vez que intentaba pensar en algo seguro, terminaba imaginándolo en la ducha. Aún no habían hecho nada y ya había perdido el control. Que
Dios no permitiera que Jose Luis sacara el tema. No sería capaz de volver
a mirarlo a la cara.
¿Porqué se le había ocurrido esa idea
estúpida?¿Qué una vez que plantara la idea ya no podía desplantarla?
Bueno, no pensaba caer si luchar. Valoraba demasiado su amistad. El sexo
no podía suceder. Hanna no podría soportarlo.
— ¿Vas a tardar mucho en abrir la puerta?
Aturdida, se dio cuenta de que se había quedado quieta mirando la
puerta de su casa no se sabe cuánto tiempo. Sacó la llave y la introdujo
en la cerradura. Hanna entró primero.
Jose Luis, desde luego, tuvo
que mirarle el trasero. Por enésima vez esa mañana. Nada había
cambiado. Era el mismo trasero que había visto la primera vez. Aunque
eso no parecía importar. Tenía que mirarlo. Admirarlo. Suspirar.
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