— ¿Qué vas a hacer el fin de semana?— JL meneó la cabeza, no lo bastante valiente para contarle la decisión que había tomado unos momentos antes—. ¿Qué te parece un viaje a *****?
— Maravilloso.
— Conozco un hotelito estupendo. Con antigüedades y chimenea en los dormitorios.
— Suena perfecto.
— Bien— entonces apartó la mano y se volvió para hablar con Raul.
Jose Luis no dejó de mirar el menú, aun cuando veía las palabras borrosas. El calor donde había posado su mano se disipó en unos momentos. La realidad de lo que le había propuesto tardó más en manifestarse.
Ya estaba. En cuatro días, Hanna y el iban a ser más que amigos. Serían amantes. No como los amantes que Jose Luis había conocido, y eso era lo maravilloso de todo. Quebrantarían las reglas, explorarían territorio virgen. Pero no lo asustaba. Bueno, no mucho. Porque Hanna lo acompañaría en cada paso del camino.
— ¿Jose Luis?
Alzó la vista. Ashley la observaba, y se dio cuenta de que llevaba un rato intentando hablar con el.
— ¿Hmm?
— ¿Compartes un pollo conmigo?
— Claro.
— Bien, ya que pretendo comerme todos los postres que tienen.
Jose Luis cerró el menú. Las cosas marchaban bien. Era evidente que Hanna no les había contado a los demás el pequeño incidente de aquella mañana. En cuatro días iba a embarcarse en la siguiente fase de su vida. La fase ajena a las preocupaciones, a las dudas.
— Oh, escuchen— comentó Ashley—. Después de cenar vayamos todos al Empire State Building, ¿de acuerdo?
— ¿Por qué?— preguntó Jose Luis desconcertado.
— Porque ya casi es el cumpleaños de Raul. Así que le dije que podíamos ir allí un rato
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