Salieron
a la autopista y se concentró en el sonido de las ruedas. Sabía que debería
decir algo. En los años que conocía a Hanna jamás habían tenido un silencio
incómodo. Jamás. Quizá llamara alguien del grupo. Eso rompería la quietud.
Aunque todos habían recibido órdenes estrictas de no llamar.
Así que clavó la vista en la parte de atrás del monovolumen.
— ¿Qué tarareas?
Se sobresaltó al oír la voz de Hanna.
— ¿Qué?
— Esa canción. La conozco pero no termino de saber cuál es.
No se había dado cuenta de que tarareaba, pero en cuanto Hanna la mencionó supo
cual era.
— Es te adivine.
Hanna lo miró como si estuviera loco.
— Sí.
— Prometo que guardaré silencio.
— Ya es demasiado tarde. Se ha metido en mi cabeza.
JL encendió la radio. Primero oyeron algo de clásico, pero apretó el botón de
búsqueda de sintonía hasta dar con una cadena de rock suave.
Por primera vez desde que se habían metido en el coche JL comenzó a relajarse. Primero los hombros,
luego el cuello. Cruzó los tobillos.
Desde luego, pensó en lo que estaban a punto de hacer. Pero el pánico lo había
abandonado en algún punto después de la salida cincuenta y siete. ¿Cómo dormir
con Hanna podía ser algo menos que maravilloso? Llevaba ropa interior bonita, y
ahí radicaba la mitad de la batalla, y con un poco de suerte y con apagar la
luz justo a tiempo, lograría meterse bajo las sábanas ilesa.
Sonrió, le tomó la mano y se la llevó a los labios. Le besó la palma y saboreó
su olor, luego dejó la mano justo donde había estado, en su pierna.
Puede que después de todo ni siquiera tuviera que apagar las luces. Quizá Hanna
siempre había sabido cómo era.
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