— Buenas noches
Jose Luis se volvió del
fuego para saludar a la anfitriona. Parecía tan acogedora como el lugar,
rellena, con el pelo gris y una sonrisa cálida.
— Soy Hester— dijo—, y usted debe ser el señor
Ortega.
— Sí— dejó las maletas y le estrechó la mano—.
Esta es la señorita Hanna.
Hester dio la bienvenida a Hanna y luego le entregó a Jose Luis una tarjeta de registro.
— No se moleste en rellenarla ahora. Es tarde, y
estoy segura de que querrán instalarse Tráigamela mañana. Vengan, les mostraré
su habitación.
Jose Luis
le sonrió a Hanna, y ella no pudo
evitar devolverle el gesto. Realmente habían cruzado el umbral a otro mundo. El
olor, la atmósfera, las antigüedades... todo estaba distanciado de la ciudad.
Avanzaron por un pasillo lleno de cuadros hasta que
Hester se detuvo en la última puerta. La abrió con una llave, no con una
tarjeta magnética, y se aparto a un lado para dejarlos pasar.
Todo era perfecto. En la chimenea crepitaba un
fuego y la botella de champán que había pedido rebosaba en una alta cubitera.
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