Ocupó las manos en sacar las cosas para afeitarse y
la mente para recitar las estadísticas de bateo de Babee Ruth. La condición
dolorosa de su entrepierna se mitigó con la actividad, por lo que suspiró al
dirigirse al baño.
— ¿Quieres irte a la cama ya?— musitó ella justo
cuando llegaba la puerta.
Todos sus esfuerzos se fueron. Al instante se
excitó, dolorosamente consciente de la proximidad de Hanna y de su propio
deseo.
— Claro— dijo con lo que esperaba fuera un tono
casual—. Salgo en un minuto.
Cerró la puerta, fue al lavabo y abrió la llave.
Pero no se lavó. Se contempló en el espejo. La imagen no se veía muy clara en
la oscuridad del cuarto, pero fue capaz de verse los ojos. Sí, parecía tan
desesperado como se sentía. Era distinto de cualquier ocasión anterior, con
cualquier otra mujer. Ni siquiera la primera vez había estado tan lleno de
ansiedad. Una parte de él quería cancelarlo todo y volver a Nueva York, pero
otra parte, la más baja., no quería otra cosa que tenerla en sus brazos.
Descubrir todos sus secretos. Cumplir un deseo antiguo ya.
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