Se lavó los dientes, usó el enjuague bucal, se quitó el maquillaje y se cepilló el cabello. En todo momento recordó que nada podía salir mal. No con Jose Luis a su lado.
Tras un último vistazo al espejo, recogió la ropa, respiró hondo y abrió la puerta.
El fuego era la única luz en la habitación. Jose Luis ya se había metido en la cama, sentado, con la espalda apoyada en las almohadas grandes. De haber estado desnudo, quizá se hubiera asustado, pero los pijamas eran una ropa práctica.
Fue al armario, metió sus cosas dentro y se volvió para contemplar la cama. Se preguntó cuánto podía ver él con esa luz, y si le gustaba lo que veía.
— Oh, Dios— musitó Jose Luis.
— ¿Qué sucede?
— Eres tan hermosa.
Las palabras parecieron flotar sobre ella, agitadas por las sombras que danzaban sobre la pared Lo creyó. Avanzo hacia él, sintiendo su mirada y deseó decir algo apropiado, significativo. Quería que supiera cuánto le importaba y cómo saber que él estaba allí le daba valor para seguir andando. Pero no logró juntar las palabras al llegar a su lado y ver que apartaba el edredón, las palabras ya no parecieron importantes.
Se deslizó junto a su cuerpo hasta que sus costados se tocaron. Jose Luis la tapó con el edredón, luego le tomó la mano y se la apretó con suavidad.
— ¿Estás nervioso?— inquirió Hanna.
— Un poco— repuso.
— Yo también— reconoció ella— Más o menos.
— No tenemos por qué hacer nada.
— Lo sé— él movió la mano y Hanna sintió que con el pulgar le acariciaba la palma. Fue un contacto ligero y adorable—. ¿Tu quieres?— susurró.
— Sí, si tú quieres.
— Yo sí— convino ella.— Creo.
— ¿Crees?
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