viernes, 31 de enero de 2014

Capitulo 106



La madre de Jose Luis sonrió distraída cuando su hijo se reunió con ella en su mesa de siempre en Jean George, el restaurante de la Torre Trump, donde los platos eran más pequeños pero los precios no. Pattie había llevado la bolsa grande, a su lado en una silla. En su interior había un perro, siempre que se pudiera llamar perro a algo tan diminuto. No iba a ninguna par
te sin César, y los restaurantes no eran una excepción. En todos los años que Jose Luis había cenado con ella, jamás había oído que el animal emitiera un sonido.

—¿Cómo estás, cariño? —saludó Teresita besando el aire cerca de su mejilla.

—Bien, mamá. ¿Y tú? —se sentó y buscó con la vista al camarero, ansioso por pedir su primera copa. Por lo general, en los almuerzos con su madre tomaba dos copas, aunque cuando la situación se complicaba, llegaba a tres. Esperaba que no se complicara.

—Estoy un poco enfadada contigo —frunció el ceño e hizo un mohín con los labios pintados de rosa.

Teresita se mostraba tan meticulosa como siempre, con su maquillaje perfecto, el traje rosa de Chanel y los diamantes sin los que nunca salía. Uno en cada oreja y otro en una cadena de oro alrededor del cuello. Jose Luis estaba convencido de que dormía con ellos.

—¿Por qué? Soy un hijo perfecto.

—No lo eres. Eres muy malo, y lo sabes.

Suspiró, deseando que el camarero saliera de su escondite.

—El hecho de que no me muestre entusiasmado con tu último novio no significa que sea malo. Solo prudente. Vienen y van a tanta velocidad que si no tengo cuidado puedo recibir un latigazo.

—¿Lo ves? De eso hablo. Ni siquiera conoces a Scotter, y lo menosprecias delante de mí.

—¿Scotter?

—Es francés.

—Dios, eso espero.

—También me ha pedido que me case con él —comentó ella con los labios fruncidos.

—No. Por favor, no. Madre, vive con él si es necesario, pero no te cases.

—¿Cómo puedes decir eso?

—Porque te he visto hacerlo cinco veces. ¿O son seis?

—Scotter será el último.

—Dijiste eso con Don —meneó la cabeza con pesar—. Y con Gerald. Y con todos los demás.

—En esta ocasión es verdad.

Llegó el camarero y Jose Luis escuchó cómo su madre pedía los escalopines, una ración de foie gras y un Martini con dos aceitunas. Cuando el joven se volvió hacia él, Jose Luis decidió que ese viernes se lo veía demasiado ocupado como para arriesgarse a perderlo otra vez, de modo que pidió tres Manhattans. Y también un sándwich club. Pasó por alto el gesto altivo del joven y la mirada de desaprobación de Teresita. Un anuncio de boda era motivo más que justificado para un almuerzo con tres copas. Por desgracia, al ritmo que se casaba su madre, sería un alcohólico antes de cumplir los cuarenta.

—Y bien, ¿cuándo vas a hacerlo? —inquirió.

—El mes próximo. Vamos a celebrar una ceremonia pequeña en mi piso, luego, nos iremos a Francia. Tiene una casa allí y desea que la vea.

—Suena maravilloso. Nunca antes habías tenido una casa en Europa.

Ella sonrió y Jose Luis vio realmente su edad. Lo había concebido siendo joven, pero el kilometraje comenzaba a notarse. Con cuarenta y ocho años, aún se la veía bien, pero las arrugas en los ojos y en las comisuras de los labios eran prueba concluyente de que ser una novia eterna no detenía el reloj.

—Veamos —comentó—. Había un apartamento en Los Ángeles. Una casa en Las Vegas. ¿Y alguien no tenía una casa de playa en Maui?

—Para, por favor.

—Eh, son tus trofeos, no los míos.

—Yo no las considero trofeos. Las veo como pasos mal dados en mi camino hacia la felicidad. La cual, gracias al cielo, he encontrado.

Asintió. No valía la pena discutir con ella. Nunca había comprendido su forma de pensar. O quizás sí, y no le importaba. Todo el mundo necesitaba un pasatiempo. Algunas personas coleccionaban sellos... Teresita  coleccionaba maridos.

—¿Qué sabes de tu padre? —preguntó ella con una sonrisa cautivadora cuando el camarero les llevó las copas. Colocó los Manhattans de Jose Luis en una hilera precisa.

—Llevo sin hablar con él algunos meses repuso. Tomó la copa número uno y la probó. Perfecta. Sabiendo que estaba armado, se relajó un poco más y estiró las piernas.

—No me sorprende —manifestó Tere sin ocultar su amargura.

—Creo que aún sigue con Tiffany.

—Tiffany. ¿Te parece que es un nombre adecuado para una mujer adulta?

Jose Luis  estuvo a punto de mencionar a Scotter, pero prefirió beber otro sorbo.

Estuvieron sin hablar unos minutos, durante los cuales pensó que Tere realizaba un breve viaje al pasado, al momento en que comenzaron todos sus problemas. Cuando su padre la dejó. Según la leyenda, había quedado tan dolida que apenas logró sobrevivir.
El camarero regresó con la comida, y antes de que hubiera dado dos pasos para marcharse, Tere cortó un fragmento diminuto del foie para introducirlo en el bolso.

—¿Vas a venir?

—¿Perdón?

—A la boda.

—No lo sé, madre. Depende.

—¿De qué?

—De la fecha. De si podré soportar escuchar otra vez esas palabras. Simplemente no lo sé.

Ella respiró hondo y contuvo el aire largo rato, luego exhaló despacio.

—Te ahorraré el dilema —comentó con voz tan frágil como las galletitas que había en el plato de su ensalada—. No tienes que venir. No tienes que hacer nada. Te llamaré cuando vuelva de Francia.

—Madre...

—Todos tus hermanos asistirán, pero te justificaré diciendo que estabas fuera de la ciudad. Me creerán.

Sería un grupo considerable si aparecían todos. Tere jamás elegía a un hombre que no tuviera varios hijos propios, y luego no se contentaban hasta haber producido algunos juntos. Ni siquiera conocía a la mitad de sus hermanastros.

—Lo siento —se disculpó—. Intentaré ir. Lo prometo.

—Gracias—mordisqueó un trozo de escalopín—. Supongo que no habrás conocido a nadie, ¿verdad?

Estuvo a punto de contárselo, pero se contuvo a tiempo. Ella no comprendería su relación con Hanna Se preguntaría por qué no se casaba, si la quería. Lo que su madre jamás entendería era que lo que tenía con Hanna era demasiado importante para someterlo a un matrimonio.

—No, madre. No he conocido a nadie.

—Es una pena. No puedes ser verdaderamente feliz hasta haberte casado. Hasta entregarte por completo a tu otra mitad.

Terminó el Manhattan número uno y se dedicó al número dos.

Capitulo 105



Sin embargo,  Hanna no comió ni la mitad de los huevos y tostada. Nada de rastro. Lo único que deseaba Jose Luis era llevarla a casa y meterla en la cama. Darle jugo y apoyar la mano en su frente para tomarle la temperatura. Con extraña expectación, terminó la comida sintiéndose tonto por anhelar jugar a ser enfermero.

—Jose Luis, vete a casa —Hanna se cercioró de sonar firme e insistente. De no transmitir su preocupación. Llevaba cuidándola tres horas, sin creerla cuando le dijo que no tenía fiebre. Pero ni siquiera él pudo negar la prueba del termómetro.
—No sé —manifestó—. Sigues pálida.

—Es porque no llevo maquillaje. Si me pongo algo, te irás.

—Si no te conociera —sonrió—, juraría que estabas tratando de deshacerte de mí.

—¡Y es verdad! ¡Vete a casa! Vamos. Lo empujó con suavidad, pero él no se movió de donde estaba sentado en la cama. No dejaba de mirarla como si guardará un secreto especial.

—Me has herido hasta lo más hondo —exageró el tono dolido.

—No es verdad. Debes entregar la cancion. No quiero que me consideres responsable cuando Hugo te haga la vida difícil.

—Puedo trabajar aquí.

—No, no puedes. Además, tengo cosas que hacer.

—¿Oh, sí? ¿Cómo qué?

—Como prepararme para la semana. Como planchar y cocinar las pechugas y el brócoli.

—Podría hacerlo yo —ofreció, aunque sin mucha convicción.

—Sí, claro –rio—. ¿Cuándo fue la última vez que planchaste, chico grande?

—He planchado mucho —cruzó los brazos.

—¿De verdad?

—No —volvió a bajar los brazos—. No he planchado jamás. Ni siquiera tengo una plancha.

—Así que vete a casa. Me has cuidado muy bien, pero sea lo que sea lo que tenía esta mañana, ya ha desaparecido. Ahora sólo me estás molestando

—¿Sí?— enarcó las cejas y ladeó la cabeza.

—No— dijo, incapaz incluso de bromear de esa manera. - Pero me sentiré mejor sabiendo que realizas tu trabajo. En serio.

Jose Luis se inclinó y la besó, primero en la mejilla, luego en la nariz y al final en los labios. El último beso se demoró, recordándole que mentía. Que quería que se quedara, no sólo esa tarde, sino para siempre.

Fue Hanna quien tuvo que cortar el beso. Y con él un poco de su corazón. No era un sentimiento ni un argumento nuevos. Se había acostumbrado a ello en las últimas tres semanas. Cada vez que él salía por la puerta, sentía que otra pieza de su ser se desmoronaba. Supuso que al cabo ya no quedaría nada. Al menos eso solucionaría su problema. Sin corazón, no habría dolor.

Jose Luis se levantó y se llevó la jarra del jugo. Durante su ausencia, ella maldijo la injusticia de todo.

Para ser un hombre alérgico a una relación seria, que juraba ser alérgico al matrimonio y a lo que representaba, actuaba como un marido muy convincente. De no conocerlo, Hanna habría jurado que había conquistado su miedo al compromiso.

Debía hacer que se largara. Ya. Antes de que las cosas se descontrolaran más o volviera a besarla. Se hallaba a punto de confesarlo todo, de compartir sus sospechas con él, y eso sería un desastre.

Jose Luis se sentiría indignado, puede que incluso traicionado. Hanna no tenía defensa alguna. Sin importar cuál fuera su reacción, se distanciaría a toda velocidad. Y no podría culparlo. En particular si lo que sospechaba era cierto. Regresó con la jara llena de jugo de naranja recién exprimido La sonrisa que exhibía le dio más calor que la manta que le había puesto hasta debajo de la barbilla. Dejó el jugo en la mesita, titubeó, como si quisiera decirle algo, pero simplemente asintió.

—Me voy— Aunque en contra de mi voluntad —ella sonrió, temerosa de que si hablaba la voz le temblara—. ¿Me llamarás sí empeoras? —asintió—. ¿Lo juras? —Hanna hizo una cruz sobre su corazón con el dedo índice—De acuerdo. Te llamaré luego se inclinó y volvió a besarla. Dos veces.

En cuanto estaba listo para salir, Hanna se secó los ojos, maldiciendo las traidoras lágrimas. Cuando Jose Luis  se volvió para echar un último vistazo, no quedaba rastro alguno de que sintiera algo más que satisfacción. Pero al oírlo marchar por el salón, abrir la puerta y luego cerrarla, ya no pudo fingir más.

No lo había comprendido hasta hablar con Carolina. Hasta que su amiga le dio los detalles.

Hanna no podía estar absolutamente segura, no sin una prueba, pero algo le indicaba que tenía razón. A pesar de que nunca antes le había pasado, y de que carecía de pruebas empíricas, lo sabía.

No padecía ningún virus ni había comido nada en mal estado. De algún modo, a pesar del cuidado que habían mostrado, había quedado embarazada. El acontecimiento menos maravilloso de su vida. Aunque había anhelado un compromiso de Jose Luis, todavía quería más a su bebé. Era un hombre honorable. Podría tener ambas cosas.
Pero, por el amor de Dios, ¿a qué precio? ¿su amistad?


Capitulo 104



Jose Luis leyó el menú, lo cual era ridículo, ya que había ido al Broadway Diner tantas veces que ya se lo sabía de memoria. Pero ese día le era imposible decidirse. Los otros ya habían pedido y la camarera movía el bolígrafo con gesto nervioso.

—Huevos revueltos, beicon y tostadas dijo, cerrándolo unos segundos antes de que la camarera se lo arrebatara de las manos.

—¿Así que se ven aquí todas las semanas?

La que habló fue Andy, la amiga de Christian del día de la boda. En las tres semanas desde que habían recuperado su trato desde los tiempos de la universidad, habían dado la impresión de encajar, algo que, a Jose Luis le parecía interesante. Andy no exhibía el tipo habitual que prefería Christian, ya que no era ni actriz ni modelo. Trabajaba como programadora informática. Jose Luis ni siquiera creía que Christian tuviera una computadora: Las facciones de Andy tampoco estaban modeladas en granito. Era alta, con el cabello tirando a largo y la nariz grande. Pero parecía agradable, y Christian estaba encantado.

—Todos los domingos —respondió Carolina—. Llevamos años haciéndolo.

—Es estupendo—convino Andy—. Mantiene unidas las amistades.

Así es, Gloria le indicó a la camarera que le sirviera otro café. ¿Alguien tiene una aspirina? ¿o morfina?

Jose Luis meneó la cabeza. Pobre Gloria. Había vuelto a beber. Desde que se enteró de que Carolina iba a tener un bebé, se emborrachó unas cuantas veces. Cuatro en las últimas semanas, que él supiera. No parecía la mujer ecuánime de siempre. Tenía los ojos hinchados y el cabello por lo general perfecto iba metido bajo una gorra de béisbol.

Pero quizá no fueran los efectos del alcohol los que le daban ese efecto mortecino. Quizá padeciera el mismo virus que había atacado a Hanna. Se había saltado la carrera de la mañana aduciendo dolor de estómago. La miró, sentada a su lado, en ese momento enfrascada en una conversación con Carolina. El tema era el bebé, desde luego.

Hanna tampoco parecía la de costumbre. Su piel se veía pálida y las manos un poco temblorosas. Esa tarde habían planeado ir al centro comercial, pero dudó que pudieran ir. Después del desayuno la obligaría a meterse en la cama. Pero en esa ocasión no iba a unirse a ella. Lo cual era el acto más sincero de amistad que se le ocurría.

La deseaba en todo momento. En los restaurantes, en las librerías. Hablando por teléfono. Incluso mientras escribía. Siempre recordaba la sensación de su piel.

Alargó la mano por debajo de la mesa y encontró su mano. Hanna se la apretó y Jose Luis sintió que relajaba los hombros.

Se inclinó lo suficiente para susurrarle al oído:

—¿Estás bien?

—Bien como la lluvia —asintió Hanna.

—No obstante, creo que no deberíamos ir al centro comercial.

—Esperemos para ver cómo nos encontramos después de desayunar.

Como si esas palabras la hubieran invocado, la camarera eligió ese momento para acercarse a la mesa con una bandeja grande. Sirvió la comida y rellenó las tazas con café. La conversación transcurrió de forma plácida. Solo Gloria estaba más callada que de costumbre, pero incluso ella se animó después de comer un poco.

sábado, 25 de enero de 2014

Capitulo 103


Jose Luis palmeó el colchón y Hanna se sentó, mirándolo. Abrió la boca y olvidó lo que había pensado decir. Aunque no experimentó pánico.

—Jose Luis — comenzó, buscando cómo continuar.

Él se sentó y se deslizó hasta ella. La besó justo debajo de la oreja.  Hanna sintió la piel de gallina por todo el cuerpo, y cuando le mordisqueó el lóbulo, no pudo evitar soltar un gemido.

—¿De qué se trata? susurró antes de proseguir el juego con los dientes.

—Jose Luis —repitió, solo que en esa ocasión le salió con voz sensual y ronca
—¿Sí? —preguntó con los labios sobre su garganta.
—Nada –Le rodeó el cuello con los brazos y lo besó con tanta fuerza que ambos cayeron hacia atrás.

Él le levantó el camisón y subió la mano por su muslo. Toda coherencia terminó en cuanto dio en el blanco. Desde lejos, como si se hallara en otro planeta, Hanna  recordó que se suponía que debía decirle algo. Pero eso podía esperar. En especial cuando sus dedos se movieron dentro de ella.

Gimió cuando ahondó con dos dedos, para retirarlos y volver a introducirlos, con más fuerza en esa ocasión. Más profundo.

No dejó de besarla ni de aumentar la presión, dentro fuera, más fuerte y profundo, hasta que Hanna tuvo que pasar la pierna por encima de su cadera para que pudiera llevarla hasta el precipicio.

Justo cuando iniciaba la escarpada ascensión hacia el clímax, Jose Luis frenó. Se puso de rodillas y la alzó de la cama. La besó una vez más y le regaló una sonrisa perversa.

Lo siguiente que supo ella era que volvía a estar en la cama, pero a costada boca abajo. Jose Luis la levantó hasta dejarla de rodillas.

Le cubrió el cuerpo, acariciándole los pechos y el estómago, para regresar a los pechos y centrarse en los pezones, que apretó con suavidad con los pulgares. Ella enterró la cara en la almohada y siguió moviéndose. Sintió esos perversos dedos en sus labios, abriéndola ante sus ojos. El gemido que lanzó Jose Luis al embestir le hizo olvidar los pulgares... todo. Entró deprisa y con pasión, totalmente, mientras sus cuerpos chocaban entre sí.

Jadeó cuando él se retiró casi por completo, titubeó un segundo y volvió a penetrarla.

Una y otra vez la embistió. Justo cuando Hanna pensaba que ya no podía ser mejor, él se inclinó y, sosteniéndola con la mano izquierda, deslizó la derecha por debajo de su estómago para tirar con suavidad del vello púbico hasta encontrar el capullo inflamado. Como un mago, lo frotó hasta que todo su cuerpo se tensó al borde de la locura.

Entonces penetró una vez más, gritando mientras alcanzaba el orgasmo y le provocaba el clímax con la misma oleada. El tiempo se detuvo mientras Hanna temblaba y ambos experimentaban el orgasmo.

Mucho después, Jose Luis se quedó dormido con la cabeza en la almohada de ella. Hanna permaneció despierta largo rato, mirándolo. Ni siquiera se dio cuenta de que lloraba hasta que sintió la humedad sobre la funda de la almohada.

Capitulo 102



Debería dejar el cepillo de dientes, entrar en el dormitorio y decirle a la cara que no funcionaba. Que era maravilloso, que la cuestión no tenía nada que ver con él, sino con ella, pero que no podían repetirlo. Ni siquiera una vez más.

Lo más probable era que Jose Luis  se sintiera desconcertado, incluso dolido, pero a la larga sería lo más inteligente. En unas semanas, tal vez uno o dos meses, le explicaría el porqué. En cuanto lo hubiera olvidado, no resultaría tan bochornoso revelarle que se había vuelto loca por él. Jose Luis lo entendería.

Dejó el cepillo de dientes, pero al instante volvió a recogerlo. No había motivo para tener mal aliento mientras le daba la mala noticia, ¿no? Mientras se limpiaba los dientes, repasó el discurso: “Jose Luis, ésta ha sido la semana más maravillosa de mi vida, y todo te lo debo a ti. Pero no creo que sea una buena idea continuar. No es por ti. Es por mí.”

Bueno. Breve. Directo. Nada de exabruptos emocionales ni lágrimas.

Se enjuagó y luego se cepilló el cabello. Había llegado el momento. Era fuerte. Abrió la puerta y salió con los hombros erguidos, la cabeza alta y llena de determinación y coraje.

Jose Luis ya se había metido en la cama. Desnudo. Tenía el torso perfecto, descubierto hasta la cintura. Apartó las sábanas para hacerle espacio a su lado al tiempo que esbozaba una sonrisa sensual.

Podía hacerlo.

Capitulo 101




Narra Hanna:
No tendría que haberlo invitado a que fuera con ella al apartamento. Aunque quizá era una masoquista nata que obtenía un placer enfermo en torturarse. Era como si se muriera de sed y tuviera un vaso enorme con agua fría justo fuera del alcance de su mano. Podía tener a Jose Luis, pero no podía tenerlo.

Una cosa era segura. Debía superar esa fantasía romántica en que los dos avanzaban de la mano hacia el crepúsculo, o debería dejar de acostarse con él. La primera opción no parecía buena. Por algún motivo retorcido, su cerebro se negaba a descartar esa imagen. A pesar de sus mejores intenciones, no daba la impresión de ser capaz de olvidarse del matrimonio. La semana anterior se había encontrado escribiendo: Señora de Jose Luis Ortega. Señora Hanna De  Ortega. Hanna de Ortega

Era algo demencial. Entendía que la biología jugaba una parte en su locura. Sabía que hacer el amor, para una mujer era algo más emocional que físico, que sus sentimientos por Jose Luis reflejaban alguna profunda y primitiva reacción que tenía más que ver con la procreación que con la recreación. Pero saber todo eso no significaba solucionarlo. La lógica no intervenía en el asunto. Lo necesitaba en el plano celular, era una necesidad que superaba toda función cognoscitiva.

Para él solo era un magnífico revolcón sin compromiso.

Hanna buscaba una felicidad eterna que sabía que no podría conseguir. Sin embargo, allí estaba, en su propio baño, con el cepillo de dientes en la mano, a solo unos minutos de meterse en la cama con Jose Luis mientras su cuerpo se preparaba, con los pezones duros, las pupilas dilatadas y un anhelo que no se mitigaba.

Capitulo 100



—¿Estás bien? —preguntó él.

—Desde luego. Me encuentro encantada por ellos. ¿Qué podría ser mejor?

Jose Luis asintió y le besó la mejilla.

—Ya llegará tu momento —susurró—. El hombre que te consiga será el bastardo más afortunado de México.

—Gracias—Gloria fue a recoger el bolso y comenzó a buscar en él como si hubiera perdido algo importante.

Jose Luis se marchó, sin desear avergonzarla presenciando sus lágrimas. Se abrió paso entre las mesas y en el exterior de la puerta del salón encontró a los novios besándose junto a las escaleras. Al dirigirse al tocador, se le ocurrió que para su luna de miel regresaría a la posada. Frenó en redondo. ¿Su luna de miel? ¿Es que estaba loco? ¿Había algo en el agua?

—¿Pasa algo? —Hanna se hallaba ante la puerta del tocador de mujeres. Le miró con expresión divertida, como si supiera lo que pensaba y le resultara tan extraño como a él.

—Estoy bien. ¿Qué me dices de ti?

—Yo también.

—Estupendo— se esforzó por ser perceptivo y leer entre líneas, pero con las mujeres jamás lo conseguía.

—Será mejor que volvamos— indicó Hanna, al parecer tan incómoda como él—. A menos que tengas que... —miró en dirección a la puerta de los hombres.

—No, no. Podemos irnos.

—De acuerdo.

Ninguno de los dos se movió. Ni parpadeó. Se miraron y entre ellos flotaron preguntas no formuladas. Jose Luis no pudo soportarlo. Apartó la vista primero.

—Qué noticia estupenda la de Carolina, ¿no?

—Sí.

Hanna comenzó a caminar de regreso al salón y él avanzó a su lado. Sabiendo que corría un riesgo, enderezó los hombros y decidió lanzarse.

—¿Estás triste porque quieres tener hijos?

Ella se detuvo con tanta rapidez que Jose Luis tuvo que retroceder. No supo si la expresión aturdida de su cara se debía a que su especulación era tan absurda que desafiaba toda lógica o a sí había dado en el clavo.

—¿Triste? —musitó, más para sí misma.

—Supongo que una mujer de tu edad tiene en marcha ese reloj biológico.

—Una mujer de mi edad, ¿eh? —sonrió.

—No pretendía...

—Está bien —agitó una mano—. No te has metido en problemas.

—Gracias a Dios —a partir de ese momento decidió mantener cerrada la boca

—Creo que tienes razón, Me parece que estoy un poco triste.

—Bueno, es natural —se felicitó por haber acertado una vez—. Quiero decir, ya casi tienes treinta años, sin perspectiva de marido a la vista..

—Déjalo mientras puedas, Jose Luis.

—Oh—ella meneó la cabeza, le tomó la mano y lo llevó de vuelta al salón— ¿Hanna?

—Shh.

Jose Luis llegó a la conclusión de que ella tenía razón. La discreción era la mejor parte del valor. Además, no era asunto suyo intentar adivinar en qué pensaba Hanna. Lo hacía albergar ideas descabelladas y sentir cosas que jamás había sentido. De lo único de lo que estaba seguro era que la deseaba. En cuanto estaban en la cama, toda la confusión desaparecía como por arte de magia.





Capitulo 99



Oyó cómo la llamaba mientras se dirigía al tocador. La orquesta interpretaba Set fire to the rain de Adele. Las parejas bailaban. Los camareros iban y venían con las bandejas.

Hanna atravesó la puerta pero se detuvo en seco al ver a la novia justo fuera del salón, preparándose para arrojar el ramo de flores. Una docena de mujeres solteras movía los pies, a la espera. Hanna no fue capaz de mirar. Aceleró el paso, tratando de pasar junto a las mujeres sin llamar la atención.

Pero el ramo la golpeó en la nuca.

Jose Luis besó en la mejilla a Carolina y la abrazó con fuerza. Se sentía muy feliz por ella, y por Ricardo. Aunque era raro. Un bebé. Cambiaría las cosas, y no solo para los padres. Su pequeño grupo ya no sería el mismo, nunca más. Por eso, se sentía triste. Pero nada permanecía igual para siempre. La gente crecía. O al menos envejecía.

—¿Adónde fue  Hanna?

—Creo que al tocador.

—¿Está bien? —Carolina frunció el ceño

—Por lo que yo sé, sí.

—Ve tras ella, ¿de acuerdo? —separó sus manos de la cintura.

—Vas a ser la mejor madre en toda la historia de la maternidad —le sonrió.

—Eso no lo sé, pero al bebé jamás le faltará amor y atención. ¿No es verdad, tío Jose Luis?

—Así es.

—Y ahora ve a buscarla.



La única que no rebosaba felicidad era Gloria. Se hallaba un poco por detrás de Christian, sosteniendo la copa de vino, tan serena y hermosa como una princesa. Sonreía, pero no era real. Había demasiada tristeza en sus ojos. Probablemente pensaba en los niños que podría haber tenido si Larry no hubiera sido un imbécil. Jose Luis se le acercó y le dio un beso justo debajo de la oreja derecha. Ella se sobresaltó, pero luego rio, y fue agradable oír ese sonido.

Capitulo 98


—Dios, cómo odio las bodas — Hanna se volvió para callar a Gloria—. Pues las odio. Son una costumbre horrible. ¿Saben de dónde vienen? De la propiedad. Los hombres inventaron el matrimonio con el fin de poder disponer de una sucesión de descendientes. No tenía nada que ver con el amor. Y por aquel entonces, la gente solo vivía hasta los treinta y tantos años, y al casarse de por vida, como máximo contaban con quince años. Se habrían muerto de risa si les hubieras dicho que las personas podían ser pareja hasta cincuenta años.

—Gloria —dijo Carolina—, hemos entendido tu lógica impecable. Pero si no bajas la voz, voy a estrangularte.

—Perfecto —alzó su copa de vino—. No diré una palabra más.

—¿No estaba increíble Mari? —comentó Carolina a nadie en particular—. jamás pensé que fuera tan... Ha florecido, ¿no creen? David está loco por ella. Van a intentar tener hijos de inmediato.

Hanna se detuvo en el momento en que iba a beber un poco de agua. La voz de Carolina sonaba un poco rara. No logró descubrir qué era, pero no parecía normal.

Carolina miró a Ricardo, quien le susurró algo, miró en torno del salón y se levantó. Se marchó, dejando a una Carolina sonriente.

—¿Qué sucede? —inquirió Hanna, mirando a Jose Luis  para ver si él sabía algo. Pero este ni siquiera prestaba atención. La orquesta se había puesto a tocar y Jose Luis parecía fascinado con el violinista.

Se volvió otra vez hacia Carolina, pero antes de poder preguntarle qué pasaba, Ricardo regresó a la mesa, seguido de Christian. Se sentaron y Christian alzó su copa de vino. Ricardo tomó la mano de Carolina y asintió; ésta le dio un beso ligero antes de mirar a los otros.

—Tenemos que anunciarles algo.

Hanna sintió que se le aceleraban las palpitaciones y un nudo en el estómago.

—Estamos embarazados —soltó Carolina, con una sonrisa como el sol por el júbilo que experimentaba.

Los vítores que salieron de su mesa provocaron una pequeña conmoción, pero a Hanna no le importó. Era la noticia más maravillosa del mundo. Ningún bebé era más afortunado. No había padres mejores. Las lágrimas que con tanto cuidado había eliminado antes regresaron para vengarse. Se puso de pie de un salto y fue a abrazar a sus amigos, tropezando con Jose Luis, Gloria & Christian. Todos reían y lloraban. Entonces se halló en brazos de Jose Luis. Sus miradas se encontraron y el salón pareció desvanecerse. Solo existió él. Y un futuro tan claro que casi podía tocarlo. Un futuro que jamás podría estar a su alcance.

Se inclinó para besarla, pero ella se apartó y rompió el abrazo.

—Perdona —musitó.

Capitulo 97



¿Qué le estaba haciendo? Fuera lo que fuera, esperaba que no terminara pronto. Las noches que pasaron juntos habían sido indescriptibles.

Cada vez que creía que habían alcanzado el máximo, lograban ascender aún más. A Hanna  le bastaba con mirarlo para que Jose Luis se pusiera firme. Nunca tenía suficiente.

El rabino volvió a hablar en inglés. David pronunció sus votos y Mari los suyos. El anillo pasó al dedo de ella. Luego David aplastó con el pie las copas y el recinto se llenó con un coro de Mazel Tovs.

Hanna aferró la mano de Jose Luis y la apretó con fuerza. Durante un segundo descabellado, justo cuando David y Mari se besaban por primera vez como marido y mujer, Jose Luis  se vio como el prometido de Hanna. Se imaginó envejeciendo a su lado. Como si observara a través de un calidoscopio, vio una vida distinta de la que había imaginado. Fotos juntos, risas, hacer el amor, alimentar a los bebés y despertar cada día con una sonrisa.

Desapareció con la misma rapidez con la que llegó. Una vez más volvió a ser el tipo de la quinta fila del templo, de pie para mirar cómo la nueva pareja avanzaba por el pasillo. Pero durante un rato le costó respirar. Hasta darse cuenta de que se debía a la atmósfera, la boda y todas las mujeres llorando. No era más que uno de esos momentos carentes de relevancia.

Hanna se sentó entre Jose Luis  & Gloria. Se había arreglado el maquillaje, borrando todo rastro de lágrimas sentimentales. Carolina & Carlos estaban frente a ella, junto al asiento reservado de Christian, aunque no lo había visto desde que se marcharon a la sala de banquetes.

Todo era hermoso.

viernes, 17 de enero de 2014

Capitulo 96


cuando pasó a recoger a Hanna Qué espléndida había estado.

La miró, primero la cara llorosa y luego el vestido. Era nuevo. Si no, lo recordaría. De color ***** cazador, con los hombros al descubierto, le hizo pensar en algo que se habría podido poner Thalía. La falda larga y prieta y la cintura ceñida la hacía parecer deliciosa, y el Cabello ondulado, Hanna se veía hermosa.

Le gustaba con ese vestido, pero le gustaba más sin él. Al pensar en ello, Hanna lo vi y le sonrió durante un segundo, luego volvió a contemplar la ceremonia. Él no apartó la vista.

Había pasado la semana más asombrosa de su vida. Los días habían sido excelentes. Se había sentido más vivo que nunca. No le había costado cantar muy feliz en toda la republica mexicana. Lo importante era que se sentía capaz de enfrentarse al mundo entero.

Todo por una mujer.

Capitulo 95


Jose Luis le pasó el pañuelo a Hanna. Ella se secó los ojos. Al mirar a Carolina, sentada del otro lado, vio que también lloraba. ¿Qué había entre las mujeres y las bodas?

Se reclinó en el banco y notó que Raul miraba hacia el techo. Jose Luis no logró ver a Gloria, pero Carlos, sentado junto al pasillo, tampoco contemplaba a la feliz pareja. Tenía la vista clavada en un punto intermedio, y cuando Jose Luis intentó descubrir dónde, vio a Andy , otra amiga de la universidad. Carlos & Andy habían estado juntos durante unos diez minutos en el primer año, pero entonces Carlos descubrió las artes escénicas y ahí se acabó todo.

Suspiró y centró su atención otra vez en la ceremonia. El rabino hablaba en hebreo para David y Mari, idioma que sabía con certeza que el novio no entendía. Años atrás David había confesado que solo había aprendido suficiente de la lengua tradicional para celebrar su bar mitzvah, y que no había tardado en olvidarlo. Quizá Mari lo entendía. O quizá el ritual estaba tan arraigado que no era necesario que nadie entendiera una palabra. Lo esencial quedaba claro: amor, honor y felicidad. Enfermedad y muerte. Lo que debería preguntarles el rabino era si los dos tenían los mismos hábitos de gastos. ¿Les gustaba la noche o se levantaban pronto? ¿Tenían sentido del humor y prometían, bajo pena de muerte, colgar la ropa en las perchas en vez de tirarla al suelo?

Pero en las bodas jamás hablaban de eso. Se dedicaban a lo místico, lo cual estaba bien, pero no ayudaba en nada a garantizar un matrimonio compatible. Debería haber una prueba de verdad, con preguntas sobre tapas de retrete y de pasta dentífrica. Sus padres no la habrían pasado. Lo cual habría sido lo mejor para todos.
¿Ricardo & Carolina? Ellos sí. Y después de haber pasado prácticamente una semana con Hanna, sabía que también ellos aprobarían. No era que fueran en esa dirección, pero las pruebas de compatibilidad eran útiles para otras relaciones. Por ejemplo, los amigos que se acostaban con amigas.

Bajó la vista y vio dos pelos en los pantalones de su esmoquin. Serían de George o de Ira. Los perros lo habían recibido levantándose contra su pierna 

Capitulo 94


Jose Luis contestó el teléfono a la segunda llamada y lo llevó consigo al dormitorio.

—Hola.

—Hey.

Era Raul, de modo que siguió cambiándose de ropa.

—¿Cómo estuvo el fin de semana?

—Estupendo.

—Bien. Eso es estupendo.

—Sí —repuso mientras se cercioraba de que la camiseta que había sacado estaba limpia y no tenía manchas.

—Entonces, ¿crees que va a suceder? —preguntó Raul.

—Sí. Ahora mismo voy a ir a su casa.

—Pensé que había salido a cenar con las chicas.

—Aguarda un segundo —apoyó el teléfono en la cama y se puso la camiseta—. Acaban de terminar. Hanna me llamó desde el restaurante.

—Bien. Fantástico. Nos veremos el sábado.

—¿Hmm?

—La boda.

—Oh, sí. De acuerdo. Nos vemos entonces.

Colgó, luego fue al baño a afeitarse. Quizá debería dejar una maquinilla en la casa de Hanna. No. Probablemente pensaría que pretendía algo. Lo último que deseaba era asustarla.

Capitulo 93


—¿Bebieron champán? —Gloria enarcó las cejas. Hanna asintió. 

—Y tendrías que haber visto el baño. Con una bañera antigua para dos. 

—No me lo cuentes —dijo Carolina—. Hicieron como en Los Búfalos de Durham, ¿verdad? 

—¿Hum? —inquirió gloria. 

—Los Búfalos de Durham —explicó Hanna—. Dulce Sarandon y Kevin Costner. Se bañaban juntos. 

—No un baño —corrigió Carolina—. El baño. Velas por doquier, el movimiento del agua. Gloria, debes ver la película. Ya te lo he dicho. 

—El béisbol no es lo mío. 

—La película no va de béisbol —negó Carolina—. Personalmente, yo le doy cuatro vibradores. Mi máxima puntuación —Hanna  rio—. ¿Recuerdan aquella escena en Mi Querido Detective? 
Ésta es mejor. 
—De acuerdo, la veré este fin de semana —Gloria se encogió de hombros. Bebió un sorbo de té—. Cuatro vibradores, ¿eh? 

—Ten pilas de repuesto a mano —Carolina sonrió y se vio a Hanna—. ¿Cuál es el plan, pequeña? 

—No tengo ninguno. Temo tanto hacer que se sienta incómodo. No quiero arriesgar nuestra amistad. 

—¿Tus sentimientos son tan fuertes? 

—Así de fuertes, más diez —asintió ella—. No sé qué hacer. 

—Date un poco de tiempo —indicó Ashley—. No lo veas en unos días. Bríndale la oportunidad de que se desinfle. 

—Buena idea —corroboró Hanna—. No lo veré. Eso es todo. Al menos en una semana, quizá dos. Por ese entonces, estoy segura de que podré pensar con más claridad.

Capitulo 92



Hanna suspiró, se reclinó en la silla y meneó la cabeza. 

—Todo el maldito planeta se sacudió. Los ángeles lloraron y en la tierra se escuchó un lamento. 

—Vaya —musitó Carolina—. Hablamos de Jose Luis y tú, ¿verdad? 

—Desde luego. Maldita sea, se suponía que no debía sentir nada. 

—Cariño —comentó Gloria—, si esperabas eso, creo que te has equivocado. 

—Me refiero de forma emocional, romántica. 

—Oh —dijo Ashley—. Eso no está bien. 

—¿Hablas en serio? —Hanna no pudo soportarlo. Se sirvió un pirogi en el plato, lo cortó, le añadió cebolla y remolacha y se lo comió. 

—Sigo sin ver dónde está el problema —Dijo Gloria—. Lo quieres, él te quiere. Fue estupendo en la cama. Deberías estar feliz. 

—Debería tener una talla dos, y no la tengo. Gloria, no quiero estar enamorada de Jose Luis. No quiero querer a Jose Luis. ¿Lo entiendes? 

—Quizá él siente lo mismo. Tal vez no sea un problema. 

—Jose Luis no quiere una relación - Ashely meneó la cabeza. 

—Eso es obvio — Hanna asintió—. Yo tampoco, de verdad. Quiero decir, si quisiera una relación, no lo habría hecho con él. Se suponía que era seguro. 

Carolina, vestida aún con su traje gris de abogada, se metió la servilleta bajo la barbilla y se concentró en los pirogi. Debía estar ridícula, pero no era así. 

—Y bien —comentó entre bocados—, ¿ahora qué? ¿Lo sabe él? 

—No. Y no pienso contárselo. 

—¿Vas a volver a acostarte con él? —preguntó Gloria. 

—No. Bueno, quizá. Oh, Dios, espero que sí. 

—Sigo sin poder creérmelo - Ashley rio—. Jose Luis hizo que los ángeles lloraran. ¿Qué te parece? 

—Me parece fantástico. Cielos, lo hizo todo bien. Más que bien. Fue como salido de una película. La habitación, la chimenea, el champán. 

jueves, 16 de enero de 2014

Capitulo 91




—No me quejo —explicó Hanna—. De verdad. Fue mejor que en mis sueños más descabellados. Pero—. Carolina apoyó la mano en la de su amiga. 

—Vamos. Quizá Podamos ayudarte. 

No pueden. Nadie puede. Fui yo quien hizo esta cama, y soy yo quien debe dormir en ella. 

—¿Qué cama? —Inquirió  Gloria—. ¿Qué diablos pasó? 

—No contaba con que fuera tan... tan... 

—¿Qué, por el amor de Dios? —instó Ashley con voz al borde de la desesperación. 

—Tan romántico. 

Ashley, Carolina y Gloria  volvieron a intercambiar unas miradas. Luego la observaron como si se hubiera vuelto loca. 

—¿No lo entienden? —preguntó Hanna—. Se suponía que solo iba a ser sexo. Puro y simple Sexo. 

—¿Y resultó ser qué? —dijo Gloria. 

Capitulo 90


—¿Qué pasó? —repitió Carolina.

—¿Es impotente? —ashley meneó la cabeza.

Hanna tosió, contenta de no haber estado comiendo nada en ese momento; de lo contrario se habría atragantado

—Si no quiere contárnoslo, no tiene por qué hacerlo —indicó Carolina, aunque sin mucha convicción, Hanna sabía que se moría por obtener todos los detalles. ¿Y por qué no iba a dárselos? Quizá si lo hiciera, así ella sería capaz de recupera la perspectiva.

—De acuerdo —aceptó—. Fue fantástico. Más que fantástico. Fue la mejor experiencia de mi vida. ¿Están contentas?

Carolina miró a Ashley y a Gloria, luego otra vez a Hanna-

—De modo que estás irritada porque...

—Porque fue la mejor experiencia de mi vida.

—Ah —Gloria asintió—. Ya lo comprendo — luego se miro Carolina y puso los ojos en blanco. 

Capitulo 89



—¿Y bien? 

—Si no empiezas a hablar pronto, habrá derramamiento de sangre. 

Hanna miró a Ashley, Carolina & a Gloria , sentadas frente a ella a una mesa en Veselka, su restaurante ucraniano favorito. Acababan de servirles pirogi, acompañado de cebollas salteadas y tiras de remolacha. De repente había perdido el apetito. 

—Fue agradable —dijo en voz baja para que otros no pudieran oírla, aun cuando los lunes por la noche no se llenaba mucho. 

—¿Agradable? —Gloria la miró con los ojos encendidos—. ¿Agradable? ¿Es lo único que vas a decir? 

Hanna se mostraba tan sorprendida como sus amigas por su gran interés a hablar del fin de semana. Desde la universidad lo habían compartido todo: lo bueno, lo malo y lo feo. Entonces, ¿por qué no les hablaba de Jose Luis? Eran sus mejores amigas y su hermana. Sin duda podrían ayudarla con su confusión y sus dudas. Conocían a Jose Luis casi tan bien como ella, de modo que sus comentarios resultarían de especial utilidad. 

Maldición, todo era tan confuso. No bastaba con que se hubiera vuelto una sentimental 
con Jose Luis, ya ni siquiera podía hablar con Ashley, Carolina & a Gloria. 


viernes, 10 de enero de 2014

Capitulo 88



Hanna lo condujo al ascensor, ajena a la reacción del otro. Subieron en silencio, con  Hanna apoyada en la pared, con los ojos cerrados. Juntos marcharon hacia el apartamento. Al llegar a la puerta, buscó las llaves y entraron. Fue tras ella, sabiendo que no debería esperar que le pidiera que se quedara, aunque sin poder evitarlo él quería quedarse. Los perros le dieron la bienvenida; los recogió a los dos para dirigirse al sofá. Jose Luis cerró la puerta, debatiendo si debía decir algo. Quizá ella daba por hecho que no deseaba él se quedara, y por eso no se lo pedía.
— Te he echado de menos –le dijo a Ira mientras acariciaba a George detrás de la oreja—. ¿Han sido buenos chicos? Respondieron con un movimiento de cola y con muchos ladridos.
Jose Luis supo cómo se sentían. Hanna lo miró y sonrió. Dejo a los perros en el sofá y volvió a levantarse. Con cada paso que dio hacia él, su esperanza disminuyó. Pudo verlo en sus ojos. Quería que se marchara. 
—Gracias –dijo tomándole las manos—. Ha sido el mejor fin de semana que he tenido jamás. 
—Yo también. 
—Imagino que ambos recibiremos muchas llamadas de teléfono esta noche. 
—¿Qué te parece si los torturamos y no contestamos? —rio él. 
—No se rendirán. Ni nos perdonarán. 
—Sí —tuvo ganas de besarla, de mucho más que besarla. Ella se puso de puntillas y le dio un beso fugaz en la mejilla. —Te quiero — menciono Jose Luis. 


—Yo también te quiero —sonrió. —Ahora ve a dormir algo. Por la mañana volvemos a la costumbre. 
—Sí
—¿Estás bien? 
—Claro. Estoy bien —dio un paso atrás y alargó la mano hacia la puerta
—.Te llamaré por la mañana. 
—Estupendo.

—Adiós. 

Lo saludó con la mano, esperando que se largara de una vez. Así que Jose Luis se largó. Mientras volvía al coche se preguntó si había malinterpretado todo. Pero entonces pensó en la noche anterior. En cómo lo había mirado Hanna cuando hacían el amor. Podían haber regresado al mundo real, pero ya no era el mismo mundo. Las cosas nunca volverían a ser las mismas.