—¿Estás bien? —preguntó él.
—Desde luego. Me
encuentro encantada por ellos. ¿Qué podría ser mejor?
Jose Luis asintió y
le besó la mejilla.
—Ya llegará tu
momento —susurró—. El hombre que te consiga será el bastardo más afortunado de México.
—Gracias—Gloria fue
a recoger el bolso y comenzó a buscar en él como si hubiera perdido algo
importante.
Jose Luis se
marchó, sin desear avergonzarla presenciando sus lágrimas. Se abrió paso entre
las mesas y en el exterior de la puerta del salón encontró a los novios
besándose junto a las escaleras. Al dirigirse al tocador, se le ocurrió que
para su luna de miel regresaría a la posada. Frenó en redondo. ¿Su luna de
miel? ¿Es que estaba loco? ¿Había algo en el agua?
—¿Pasa algo? —Hanna
se hallaba ante la puerta del tocador de mujeres. Le miró con expresión divertida,
como si supiera lo que pensaba y le resultara tan extraño como a él.
—Estoy bien. ¿Qué
me dices de ti?
—Yo también.
—Estupendo— se
esforzó por ser perceptivo y leer entre líneas, pero con las mujeres jamás lo
conseguía.
—Será mejor que
volvamos— indicó Hanna, al parecer tan incómoda como él—. A menos que tengas
que... —miró en dirección a la puerta de los hombres.
—No, no. Podemos
irnos.
—De acuerdo.
Ninguno de los dos
se movió. Ni parpadeó. Se miraron y entre ellos flotaron preguntas no formuladas.
Jose Luis no pudo soportarlo. Apartó la vista primero.
—Qué noticia
estupenda la de Carolina, ¿no?
—Sí.
Hanna comenzó a
caminar de regreso al salón y él avanzó a su lado. Sabiendo que corría un
riesgo, enderezó los hombros y decidió lanzarse.
—¿Estás triste
porque quieres tener hijos?
Ella se detuvo con
tanta rapidez que Jose Luis tuvo que retroceder. No supo si la expresión
aturdida de su cara se debía a que su especulación era tan absurda que
desafiaba toda lógica o a sí había dado en el clavo.
—¿Triste? —musitó,
más para sí misma.
—Supongo que una
mujer de tu edad tiene en marcha ese reloj biológico.
—Una mujer de mi
edad, ¿eh? —sonrió.
—No pretendía...
—Está bien —agitó
una mano—. No te has metido en problemas.
—Gracias a Dios —a
partir de ese momento decidió mantener cerrada la boca
—Creo que tienes
razón, Me parece que estoy un poco triste.
—Bueno, es natural
—se felicitó por haber acertado una vez—. Quiero decir, ya casi tienes treinta
años, sin perspectiva de marido a la vista..
—Déjalo mientras
puedas, Jose Luis.
—Oh—ella meneó la
cabeza, le tomó la mano y lo llevó de vuelta al salón— ¿Hanna?
—Shh.
Jose Luis llegó a
la conclusión de que ella tenía razón. La discreción era la mejor parte del
valor. Además, no era asunto suyo intentar adivinar en qué pensaba Hanna. Lo
hacía albergar ideas descabelladas y sentir cosas que jamás había sentido. De
lo único de lo que estaba seguro era que la deseaba. En cuanto estaban en la
cama, toda la confusión desaparecía como por arte de magia.
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