Jose Luis leyó el menú, lo cual era ridículo, ya que
había ido al Broadway Diner tantas veces que ya se lo sabía de memoria. Pero
ese día le era imposible decidirse. Los otros ya habían pedido y la camarera
movía el bolígrafo con gesto nervioso.
—Huevos revueltos, beicon y tostadas dijo,
cerrándolo unos segundos antes de que la camarera se lo arrebatara de las
manos.
—¿Así que se ven aquí todas las semanas?
La que habló fue Andy, la amiga de Christian del
día de la boda. En las tres semanas desde que habían recuperado su trato desde
los tiempos de la universidad, habían dado la impresión de encajar, algo que, a
Jose Luis le parecía interesante. Andy no exhibía el tipo habitual que prefería
Christian, ya que no era ni actriz ni modelo. Trabajaba como programadora
informática. Jose Luis ni siquiera creía que Christian tuviera una computadora:
Las facciones de Andy tampoco estaban modeladas en granito. Era alta, con el
cabello tirando a largo y la nariz grande. Pero parecía agradable, y Christian
estaba encantado.
—Todos los domingos —respondió Carolina—. Llevamos
años haciéndolo.
—Es estupendo—convino Andy—. Mantiene unidas las
amistades.
Así es, Gloria le indicó a la camarera que le
sirviera otro café. ¿Alguien tiene una aspirina? ¿o morfina?
Jose Luis meneó la cabeza. Pobre Gloria. Había
vuelto a beber. Desde que se enteró de que Carolina iba a tener un bebé, se
emborrachó unas cuantas veces. Cuatro en las últimas semanas, que él supiera.
No parecía la mujer ecuánime de siempre. Tenía los ojos hinchados y el cabello
por lo general perfecto iba metido bajo una gorra de béisbol.
Pero quizá no fueran los efectos del alcohol los
que le daban ese efecto mortecino. Quizá padeciera el mismo virus que había
atacado a Hanna. Se había saltado la carrera de la mañana aduciendo dolor de
estómago. La miró, sentada a su lado, en ese momento enfrascada en una
conversación con Carolina. El tema era el bebé, desde luego.
Hanna tampoco parecía la de costumbre. Su piel se
veía pálida y las manos un poco temblorosas. Esa tarde habían planeado ir al
centro comercial, pero dudó que pudieran ir. Después del desayuno la obligaría
a meterse en la cama. Pero en esa ocasión no iba a unirse a ella. Lo cual era
el acto más sincero de amistad que se le ocurría.
La deseaba en todo momento. En los restaurantes, en
las librerías. Hablando por teléfono. Incluso mientras escribía. Siempre
recordaba la sensación de su piel.
Alargó la mano por debajo de la mesa y encontró su mano.
Hanna se la apretó y Jose Luis sintió que relajaba los hombros.
Se inclinó lo suficiente para susurrarle al oído:
—¿Estás bien?
—Bien como la lluvia —asintió Hanna.
—No obstante, creo que no deberíamos ir al centro
comercial.
—Esperemos para ver cómo nos encontramos después de
desayunar.
Como si esas palabras la hubieran invocado, la
camarera eligió ese momento para acercarse a la mesa con una bandeja grande.
Sirvió la comida y rellenó las tazas con café. La conversación transcurrió de
forma plácida. Solo Gloria estaba más callada que de costumbre, pero incluso
ella se animó después de comer un poco.
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