viernes, 31 de enero de 2014

Capitulo 106



La madre de Jose Luis sonrió distraída cuando su hijo se reunió con ella en su mesa de siempre en Jean George, el restaurante de la Torre Trump, donde los platos eran más pequeños pero los precios no. Pattie había llevado la bolsa grande, a su lado en una silla. En su interior había un perro, siempre que se pudiera llamar perro a algo tan diminuto. No iba a ninguna par
te sin César, y los restaurantes no eran una excepción. En todos los años que Jose Luis había cenado con ella, jamás había oído que el animal emitiera un sonido.

—¿Cómo estás, cariño? —saludó Teresita besando el aire cerca de su mejilla.

—Bien, mamá. ¿Y tú? —se sentó y buscó con la vista al camarero, ansioso por pedir su primera copa. Por lo general, en los almuerzos con su madre tomaba dos copas, aunque cuando la situación se complicaba, llegaba a tres. Esperaba que no se complicara.

—Estoy un poco enfadada contigo —frunció el ceño e hizo un mohín con los labios pintados de rosa.

Teresita se mostraba tan meticulosa como siempre, con su maquillaje perfecto, el traje rosa de Chanel y los diamantes sin los que nunca salía. Uno en cada oreja y otro en una cadena de oro alrededor del cuello. Jose Luis estaba convencido de que dormía con ellos.

—¿Por qué? Soy un hijo perfecto.

—No lo eres. Eres muy malo, y lo sabes.

Suspiró, deseando que el camarero saliera de su escondite.

—El hecho de que no me muestre entusiasmado con tu último novio no significa que sea malo. Solo prudente. Vienen y van a tanta velocidad que si no tengo cuidado puedo recibir un latigazo.

—¿Lo ves? De eso hablo. Ni siquiera conoces a Scotter, y lo menosprecias delante de mí.

—¿Scotter?

—Es francés.

—Dios, eso espero.

—También me ha pedido que me case con él —comentó ella con los labios fruncidos.

—No. Por favor, no. Madre, vive con él si es necesario, pero no te cases.

—¿Cómo puedes decir eso?

—Porque te he visto hacerlo cinco veces. ¿O son seis?

—Scotter será el último.

—Dijiste eso con Don —meneó la cabeza con pesar—. Y con Gerald. Y con todos los demás.

—En esta ocasión es verdad.

Llegó el camarero y Jose Luis escuchó cómo su madre pedía los escalopines, una ración de foie gras y un Martini con dos aceitunas. Cuando el joven se volvió hacia él, Jose Luis decidió que ese viernes se lo veía demasiado ocupado como para arriesgarse a perderlo otra vez, de modo que pidió tres Manhattans. Y también un sándwich club. Pasó por alto el gesto altivo del joven y la mirada de desaprobación de Teresita. Un anuncio de boda era motivo más que justificado para un almuerzo con tres copas. Por desgracia, al ritmo que se casaba su madre, sería un alcohólico antes de cumplir los cuarenta.

—Y bien, ¿cuándo vas a hacerlo? —inquirió.

—El mes próximo. Vamos a celebrar una ceremonia pequeña en mi piso, luego, nos iremos a Francia. Tiene una casa allí y desea que la vea.

—Suena maravilloso. Nunca antes habías tenido una casa en Europa.

Ella sonrió y Jose Luis vio realmente su edad. Lo había concebido siendo joven, pero el kilometraje comenzaba a notarse. Con cuarenta y ocho años, aún se la veía bien, pero las arrugas en los ojos y en las comisuras de los labios eran prueba concluyente de que ser una novia eterna no detenía el reloj.

—Veamos —comentó—. Había un apartamento en Los Ángeles. Una casa en Las Vegas. ¿Y alguien no tenía una casa de playa en Maui?

—Para, por favor.

—Eh, son tus trofeos, no los míos.

—Yo no las considero trofeos. Las veo como pasos mal dados en mi camino hacia la felicidad. La cual, gracias al cielo, he encontrado.

Asintió. No valía la pena discutir con ella. Nunca había comprendido su forma de pensar. O quizás sí, y no le importaba. Todo el mundo necesitaba un pasatiempo. Algunas personas coleccionaban sellos... Teresita  coleccionaba maridos.

—¿Qué sabes de tu padre? —preguntó ella con una sonrisa cautivadora cuando el camarero les llevó las copas. Colocó los Manhattans de Jose Luis en una hilera precisa.

—Llevo sin hablar con él algunos meses repuso. Tomó la copa número uno y la probó. Perfecta. Sabiendo que estaba armado, se relajó un poco más y estiró las piernas.

—No me sorprende —manifestó Tere sin ocultar su amargura.

—Creo que aún sigue con Tiffany.

—Tiffany. ¿Te parece que es un nombre adecuado para una mujer adulta?

Jose Luis  estuvo a punto de mencionar a Scotter, pero prefirió beber otro sorbo.

Estuvieron sin hablar unos minutos, durante los cuales pensó que Tere realizaba un breve viaje al pasado, al momento en que comenzaron todos sus problemas. Cuando su padre la dejó. Según la leyenda, había quedado tan dolida que apenas logró sobrevivir.
El camarero regresó con la comida, y antes de que hubiera dado dos pasos para marcharse, Tere cortó un fragmento diminuto del foie para introducirlo en el bolso.

—¿Vas a venir?

—¿Perdón?

—A la boda.

—No lo sé, madre. Depende.

—¿De qué?

—De la fecha. De si podré soportar escuchar otra vez esas palabras. Simplemente no lo sé.

Ella respiró hondo y contuvo el aire largo rato, luego exhaló despacio.

—Te ahorraré el dilema —comentó con voz tan frágil como las galletitas que había en el plato de su ensalada—. No tienes que venir. No tienes que hacer nada. Te llamaré cuando vuelva de Francia.

—Madre...

—Todos tus hermanos asistirán, pero te justificaré diciendo que estabas fuera de la ciudad. Me creerán.

Sería un grupo considerable si aparecían todos. Tere jamás elegía a un hombre que no tuviera varios hijos propios, y luego no se contentaban hasta haber producido algunos juntos. Ni siquiera conocía a la mitad de sus hermanastros.

—Lo siento —se disculpó—. Intentaré ir. Lo prometo.

—Gracias—mordisqueó un trozo de escalopín—. Supongo que no habrás conocido a nadie, ¿verdad?

Estuvo a punto de contárselo, pero se contuvo a tiempo. Ella no comprendería su relación con Hanna Se preguntaría por qué no se casaba, si la quería. Lo que su madre jamás entendería era que lo que tenía con Hanna era demasiado importante para someterlo a un matrimonio.

—No, madre. No he conocido a nadie.

—Es una pena. No puedes ser verdaderamente feliz hasta haberte casado. Hasta entregarte por completo a tu otra mitad.

Terminó el Manhattan número uno y se dedicó al número dos.

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