—Porque es un patrón. Nos pasa a todos. Una y otra vez te involucras
con la misma clase de persona, hasta que al final rompes la cadena. Fíjate en
ti.
—¿Qué pasa conmigo?
—Todas las mujeres con las que has ido algo en serio han pertenecido al mismo tipo.
—¿Y qué tipo es ese?
—Atractivas de un modo más bien gélido. Inteligentes, egoístas. Que se aburren con facilidad. Y todas poseen un defecto fatal.
—¿De verdad?
—Sí, de verdad.
—¿Y qué me dices de ti?
—Yo no soy inmune. Siempre elijo a chicos que emocionalmente no se encuentran disponibles. Que no se pueden comprometer. Al menos no conmigo.
—Somos afortunados de que se te ocurriera esta idea brillante, ¿no?
—¿Qué pasa conmigo?
—Todas las mujeres con las que has ido algo en serio han pertenecido al mismo tipo.
—¿Y qué tipo es ese?
—Atractivas de un modo más bien gélido. Inteligentes, egoístas. Que se aburren con facilidad. Y todas poseen un defecto fatal.
—¿De verdad?
—Sí, de verdad.
—¿Y qué me dices de ti?
—Yo no soy inmune. Siempre elijo a chicos que emocionalmente no se encuentran disponibles. Que no se pueden comprometer. Al menos no conmigo.
—Somos afortunados de que se te ocurriera esta idea brillante, ¿no?
Hanna miró por la ventanilla para que no pudiera verle la cara. En
cuanto habló comprendió lo que había hecho. ¿Cómo había podido ser tan
estúpida? De todos los hombres del mundo, no había nadie menos disponible que
Jose Luis. Absoluta y decididamente él no pensaba casarse. Se lo había dicho
trescientas veces, demostrándolo con cada mujer con la que había salido. Era
ridículo pensar que podían... Ni siquiera se atrevía a repetirlo. Había sido
una necia romántica, pero ya se sentía mejor. Más despejada. Por supuesto que
no amaba a Jose Luis. No amor, amor. Había sido aquella habitación. El fuego.
La novedad.
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