Jose Luis contestó el
teléfono a la segunda llamada y lo llevó consigo al dormitorio.
—Hola.
—Hey.
Era Raul, de modo que siguió cambiándose de ropa.
—¿Cómo estuvo el fin de semana?
—Estupendo.
—Bien. Eso es estupendo.
—Sí —repuso mientras se cercioraba de que la
camiseta que había sacado estaba limpia y no tenía manchas.
—Entonces, ¿crees que va a suceder? —preguntó Raul.
—Sí. Ahora mismo voy a ir a su casa.
—Pensé que había salido a cenar con las chicas.
—Aguarda un segundo —apoyó el teléfono en la cama y
se puso la camiseta—. Acaban de terminar. Hanna me llamó desde el restaurante.
—Bien. Fantástico. Nos veremos el sábado.
—¿Hmm?
—La boda.
—Oh, sí. De acuerdo. Nos vemos entonces.
Colgó, luego fue al baño a afeitarse. Quizá debería
dejar una maquinilla en la casa de Hanna. No. Probablemente pensaría que
pretendía algo. Lo último que deseaba era asustarla.
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