lunes, 10 de febrero de 2014

Capitulo 112


Oh, maldición.

Sintió un nudo en el estómago y la ansiedad que había dejado antes de entrar regresó en compañía de unos cuantos amigos. De repente lo entendió. No quería que estuviera en su casa. Solo había aceptado verlo porque no le había dejado más alternativa.

Salió de la cocina y se acercó a inspeccionar la biblioteca mientras el pánico amenazaba con dominar todos sus sentidos. Ya no lo deseaba.

No, no era correcto. No quería que siguieran siendo amantes. La amistad permanecía intacta. De eso estaba seguro. Esa parte jamás terminaría.

Pero, ¿no dormir con ella? ¿No sentir su cuerpo cerca, desnudo, cálido y hermoso? ¿No mirarla mientras dormía, tan inocente y vulnerable que el corazón se le encogía hasta que no podía respirar?

Se obligó a mirarla otra vez mientras llevaba las dos tazas humeantes a la mesita. Las dejó con cuidado, luego se sentó y dobló las rodillas bajo su cuerpo en el borde del sofá.

No lo miró.

No lo hizo porque no sabía cómo decirle que el experimento había fallado, que quería que volvieran a la situación de antes.

—Ven a sentarte —palmeó el cojín a su lado.

Quizá se había equivocado. Los tres Manhattans. Su madre. Tere. Eso bastaba para confundir la percepción de cualquiera. Se acercó al sofá y  Hanna sonrió. Su sonrisa habitual. Hasta abarcar los ojos.

Se sentó y antes de recoger la taza se volvió hacia ella.

—No te di mucha elección sobre mi visita —expuso, sopesando su reacción—. Me iré en un minuto.

Hanna  titubeó. Jose Luis se quedó quieto. Luego ella meneó la cabeza.

—Quédate—pidió, y la bienvenida que captó en su voz fue lo mejor que Jose Luis había oído jamás.

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