lunes, 10 de febrero de 2014
Capitulo 116
Se levantó, lo tomó de la mano y lo condujo más allá de la cocina, donde apagó la luz, hasta el dormitorio, donde hizo lo mismo. Por lo general no hacían el amor en la oscuridad, pero esa noche no podía dejarlo ver. No era una buena actriz y él la conocía demasiado bien.
Lo único que sabía era que lo necesitaba a su lado, dentro de ella. En ese mismo instante.
Lo ayudó a quitarse la ropa, luego se desprendió de la bata y del camisón, mientras él encontraba un preservativo y rompía el envoltorio. Quiso decirle que no se molestara. Que ya era demasiado tarde para eso, pero guardó silencio. Se metió en la cama Y lo tumbó junto a ella.
—¿Qué te sucede? —susurró Jose Luis—. ¿Cuál es la prisa?
—Hazme el amor —dijo Hanna—. Ahora. En este momento.
Bajó la manó y descubrió que se hallaba preparado, duro, excitado y ansioso, con el fino látex una barrera imposible de discernir para su curioso contacto. Lo recorrió con los dedos y apretó con suavidad, provocando un gemido.
Lo soltó, buscó su mano y lo guio por su vientre. Él se lo acarició, sin saber lo que crecía en su interior, pero explorando como si esa parte de Hanna fuera nueva. Al bajar los dedos, no se detuvo, sino que dejó que jugaran con la delicada mata de vello, tirando, pero sin dolor. Ella cerró los ojos Y se concentró solo en sus movimientos, en la reacción de su cuerpo encendido.
Al descender aún más ya no tuvo necesidad de concentrarse. Lo único que existía era la presión de la piel inflamada, la intimidad de su dedo al penetrar en sus pliegues ardientes. Arqueó la espalda y abrió las piernas en invitación, deseando más, queriendo que estuviese tan cerca como podían estarlo dos personas.
Justo cuando abrió la boca para pedirle que anhelaba, él la sujetó, sosteniendo casi todo el peso de su cuerpo sobre sus fuertes brazos. Hanna extendió el brazo y con rapidez pasó la mano por su estómago hasta que encontró su erección y lo guio para que tocara sus labios exteriores con su sexo. Pasó las piernas en torno a su cadera y lo invito a avanzar.
Él se contuvo.
Despacio, atormentándola con su paciencia, la penetró centímetro a centímetro. Hanna se aferró a su espalda con todas sus fuerzas. No pudo soportarlo.
—Por favor —suplicó.
—Por favor, ¿qué?
—Por favor, entra en mí.
—Estoy dentro —la incitó con voz perversa y clara intención. Sabía lo que le costaba esperar cuando se hallaba tan cerca, tan preparada.
—¿Qué quieres? —preguntó Hanna, lista para ofrecerle la luna si...
—A ti —manifestó, más con un gruñido que con una palabra. Posesivo, egoísta, exigente—. A ti entera.
—Soy tuya —susurró ella, sabiendo que no entendía la profundidad de su entrega. Sufriendo porque era dolorosamente cierto.
Al final Jose Luis no fue capaz de continuar. Entró del todo y la llenó con su carne, completándola.
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